De eso se trata, de proteger con instrumentos legales a cada ser vivo, por grande o pequeño que sea, de las amenazas y la codicia del ser humano.

El 70% de los océanos del mundo, hasta el sábado de madrugada, no eran de nadie o eran de todos. Y de eso nos dimos cuenta en Greenpeace hace muchos años, cuando intentamos crear un área marina protegida en las aguas internacionales del Ártico, donde un puñado de petroleras intentaban alcanzar en esas aguas, cada vez con menos hielo, reclamar como suyos los fondos oceánicos. De hecho, Rusia plantó en 2007 una bandera a 3.000 metros de profundidad para decir que el Ártico es suyo. Y nosotras, en Greenpeace, “plantamos” un piano que bajo las maravillosas manos de Ludovico Einaudi vivió una Elegía por el Ártico.

 

Después vimos cómo un par de países bloquearon de nuevo la propuesta de gran área marina protegida del mar de Weddell en la Antártida, porque en la comisión de acrónimo imposible ‘CCAMLR’ se toman las decisiones por consenso, es decir, todos los países tenían que decir sí a salvaguardar el krill, el alimento de ballenas y pingüinos que cada día aspiradoras gigantes les roban para crear productos inútiles como suplementos alimenticios con omega 3. 

Así que impulsar un Tratado Global de los Océanos en el marco de Naciones Unidas fue una aventura que comenzamos en 2015 y que nos ha llevado a viajar de Polo a Polo, a parar operaciones de minería submarina en el Pacífico, a encontrar 40.000 polluelos de pingüino en la Antártica, a encontrar un nuevo sonido de ballenas jorobadas, descubrir redes ilegales de 33 kilómetros en mitad del Índico o salvar un tiburón marrajo en peligro de extinción que hoy nada libre en aguas internacionales atlánticas. Todo para que 5,5 millones de personas os unierais a nuestra lucha y reclamásemos una “constitución de los océanos” para proteger al menos el 30% del océano antes de 2030.

Por último, hace dos semanas y de nuevo, se retomaron las negociaciones en Naciones Unidas. Tras el fracaso rotundo de la última ronda de negociaciones, en la delegación de Greenpeace nos temíamos lo peor en esta supuesta ronda final. La primera semana fue desesperante, reabriendo párrafos del texto ya acordados o volviendo a ser observadores de la codicia del norte global, que solo sustenta el 15% de la población mundial, para no compartir de forma justa y equitativa los recursos naturales como el pescado o las futuras medicinas que se logren encontrar en la alta mar. 

 

Parecía que no lo lográbamos y volvimos a proyectar en la fachada de las ONU los últimos tres días los mensajes que necesitábamos que oyeran los líderes mundiales, bloqueando la primera avenida frente a la ONU con una pancarta gigantesca y volvimos a pedir ayuda a voces influyentes con el siempre apoyo de Javier Bardem, entre otros, que ya estuvo en la mismísima ONU pidiendo el Tratado en la tercera ronda de negociaciones.

36 horas sin dormir, plenario a las dos de la mañana, delegados durmiendo en el suelo exhaustos, pasillos y por fin una frase para la historia en voz de la Presidenta del Tratado “el barco ha alcanzado la costa”.

¡Teníamos acuerdo!

Hoy tenemos un texto limpio de [corchetes] y sin conflictos geopolíticos en su redacción y ahora sólo queda adoptarlo en una sesión extraordinaria que sólo necesitará el okey de 60 de los 193 Estados miembros que conforman la ONU. Ojalá entre lo más rápido posible en vigor porque sólo nos quedan seis años y medio para proteger ese 30×30. Mientras, navegaremos todos los mares y océanos para que no se olvide la urgencia de aplicar ya, y de forma preventiva, el Tratado. Zarpamos de nuevo.