Debo de ser un bicho raro pero a mi me gustan las navidades, y las que más me gustan son las de Sotillo. Me gustan las luces de navidad, cuanto más mejor, y este año Sotillo.... este año Sotillo, ha mejorado ¡y de que manera! Cada año más bonitas por lo que felicito al consistorio por el esfuerzo.
Pero también en estas fechas hago un viaje a mi infancia, la mejor infancia que un niño puedo tener, y recuerdo el olor a leña quemada por la calles oscuras y anochecidas, ¡sin un alma! ese viento gélido que nos golpeaba la cara haciéndonos temblar de frio, y el sonido de mis zapatos repicando el suelo en aquellas calles que estaban pavimentadas, porque muchas no lo estaban, que me recuerdan a los relatos de Quevedo. Y sobre todo recuerdo la noche de Reyes cuando impacientes por recibir aquellos regalos escasos pero merecidos mi prima Yolanda y yo nos asomábamos a la calle donde estaba el comercio de tía La Cesárea, porque allí estaban todos los juguetes del mundo entre lejías, telas y botones, y que jamás pudimos pillarlos en su fatigosa jornada.
No me quiero olvidar la noche de 24 cuando un puñado de amigos recorríamos esas preciosas calles tocando el aguinaldo de puerta en puerta donde nos sacábamos unos buenos dinerillos para las golosinas que comprábamos en el estanco de Rogelio . En algunas casa de Sotillo no nos abrían, no estaban para fiestas, y cantábamos aquel villancico que decía:
Esta puerta es de hierro
y el cerrojo de madera,
a los amos de esta casa que les entre cagalera.
Y todos a correr.
Como no voy a llevar a Sotillo en mi corazón.
Trespassos
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