He de contaros que esa escuela —o el «cole», como decimos ahora— la estrené yo junto a una buena tropa de amigos. Corría el curso 76-77 (y permitidme este inicio digno de novelista) cuando, tras las vacaciones de Navidad, nos mudamos allí dejando atrás nuestra querida escuela de El Calvario. Aquel enero nos estrenamos descargando mesas y sillas de un camión; era la única forma de poder empezar las clases.
Éramos tantos, quizá unos cuarenta o cincuenta, que nos acomodaron en el comedor por ser el espacio más amplio del edificio. Sinceramente, aquello era un suplicio, pero no por la disciplina ni por el nivel académico, sino por la cercanía de las cocinas: el aroma de las viandas nos provocaba unas «tensiones culinarias» insoportables. Aún recuerdo cómo, al llegar por las tardes, las mesas todavía conservaban algún rastro de grasilla de la comida.
De los profesores de entonces, guardo en la memoria a don Jesús Novella (con «v», si no me falla el recuerdo). Fue un grande entre los grandes que se ganaba el pan con creces aguantando a tanto cafre, porque sí, hay que reconocerlo: éramos un poco salvajes. Don Jesús era listo como nadie; dominaba la botánica y conocía los remedios naturales para los males del cuerpo como el mejor, aunque su verdadera pasión eran las matemáticas. También recuerdo aquel año a don Julio San Segundo , entonces alcalde de Sotillo por la UCD (la de Adolfo Suárez, para entendernos). Fue uno de los primeros maestros modernos, no solo por su forma de dar las clases, sino por su cercanía con el alumnado. Si la memoria no me traiciona, creo que por aquel entonces ejercía también como director.
En aquel centro no existían las vallas perimetrales; gozábamos de una libertad absoluta en mitad de un secarral. Nos perdíamos entre el campo de fútbol, la plaza de toros y una pista polideportiva semiabandonada. Fue allí donde probamos los primeros cigarrillos y vivimos nuestros primeros escarceos amorosos.
No es por darme importancia, pero creo que la primera huelga estudiantil de la EGB en España tuvo lugar en Sotillo, para mayor gloria del movimiento escolar. Y no, no protestábamos por la democracia ni por grandes ideales que entonces nos importaban un pito: reclamábamos, con toda la razón del mundo, una hora de educación física a la semana. Nos plantamos en el soportal tras el recreo conmigo como uno de los cabecillas, toda la clase, aunque la rebelión duró lo que tardó don Julio en salir y devolver al «ganado estudiantil» al corral del conocimiento. Al final solo quedamos tres —los cabecillas, los nuevos Bravo, Padilla y Maldonado—, pero en cuanto el maestro pegó dos berridos, volvimos al redil como corderitos. Aun así, la protesta valió la pena: logramos nuestra hora de gimnasia, dirigida, como no podía ser de otra forma, por el propio don Julio.
Esto es todo lo que guardo en mi cabeza de aquel edificio, aunque no quiero terminar sin un apunte: hace unos años se celebró el aniversario del colegio y, como ya les dije a los responsables, la fecha estaba mal calculada. Pero, como suele pasar, no me hicieron ni caso.
P.D. Para los curiosos del Trivial: la palabra teso define una colina baja, pero también las divisiones de los rodeos en las ferias o el lugar donde se realiza el mercado de ganado. Me quedo con esta última acepción para este sitio concreto, pues ya sabéis que en los aledaños de nuestra plaza de toros se hacía la feria de ganado de Sotillo.
Trespassos

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