Aldo Moro era un poderoso democristiano aperturista —todo lo que un heredero de Alcide de Gaspari puede serlo— que ve cómo el modelo anti y post-fascista italiano está en pleno colapso aprisionado entre unos estamentos de poder corruptos, ligados a las viejas y nuevas oligarquías, con una infiltración clara de las cloacas y servicios secretos extranjeros donde el latrocinio es transversal a las élites de izquierda o derecha y por otro lado la violencia generalizada en las calles de un terrorismo insurreccional marxista y una extrema derecha, que al hilo de las novedades culturales del 68 quieren irrumpir con fuerza y parecen a veces, demasiadas, que realmente sirven a quienes dicen querer combatir.
Aldo Moro intenta —sin renunciar a su modo de ver el mundo desde un conservadurismo social y compasivo— regenerar el sistema trayendo una novedad a Italia y toda Europa, el llamado Compromiso Histórico donde la democracia cristiana arrastrando al resto de partidos sistémicos abra parcelas de poder real al poderoso PCI, el partido comunista más fuerte de occidente, alejándolo de veleidades revolucionarias para dotar al país de nuevas fortalezas que corrijan la creciente desigualdad social e inestabilidad institucional. Un compromiso que parece a priori no rechazar casi nadie y que el tiempo demostró que a pocos interesaba. Y en esto, las Brigadas Rojas le secuestran poniendo en jaque al Estado. Y el Estado le deja, con todas sus letras, morir asesinado.
La intención de este texto no es glosar la personalidad de un hombre complejo que con muchas aristas fue uno de los últimos que en Italia mostró una verdadera vocación de servicio a su pueblo, ni tan siquiera pretendo mostrar lo apasionante y vergonzoso de lo sucedido en esos 55 días de tortura que tan bien relata Bellocchio en la serie, nutriéndose de las tesis que ya desgranó Leonardo Sciascia en libro El caso Moro, donde un prisionero Moro mantuvo un fallido y dramático diálogo con toda la sociedad italiana —desde el Santo Padre a la clase política pasando por el pueblo católico y la izquierda institucional— que veinte años después mostraría toda su verdad —en favor de las tesis mantenidas por Moro en sus cartas desde el zulo— cuando el sistema político italiano estalló por los aires bajo la corrupción y las relaciones inconfesables entre el poder, la mafia y la violencia.
La intención es, aprovechando el recuerdo de un hombre esencialmente bueno como fue Aldo Moro, reflexionar y ver que no vivimos tiempos realmente novedosos porque ya hace años que el sistema bajo una supuesta razón de Estado, tras verdades inamovibles adornadas con pensamientos tiernos, como la Agenda 2030, siempre en la senda del progreso y los nuevos consensos culturales o geopolíticos perfectamente argumentados y glosados por agencias internacionales, universidades o grandes grupos de comunicación suele haber, con escaso margen de error, intereses espúreos alejados del interés colectivo de los pueblos y naciones, que si son capaces de dejar morir a sus hijos pródigos —como hicieron con Aldo Moro— para proteger sus privilegios y seguir adelante con sus planes de destrucción de lo verdaderamente humano que va quedando en nuestras sociedades, que otros sufrimientos y penurias no serán capaces de infligir al común de los mortales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario