En una era donde hay que ofenderse por todo y además clamar que el fin de los tiempos llega si no pasa lo que uno quiere que pase. Las alertas antifascistas con que la izquierda horroriza a los niños ante los nuevos fenómenos políticos están al nivel de las proclamas contra el comunismo bolivariano que nos gobierna. Ni tanto ni tan calvo. Ni en Italia han vuelto a entrar los camisas negras desfilando por Roma –recomiendo seguir el congreso sobre el tema del CEU San Pablo a través de El Debate – ni en Madrid o Andalucía la influencia de la derecha, llamémosla más dura, ha hecho que los homosexuales sean apaleados por las calles, se obligue al rezo en los colegios o las mujeres tengan en juego su derecho al voto. Ni de lejos. Igual que con el gobierno de Sánchez no se han retirado la propiedad privada de ninguna empresa, requisado los fondos de las cuentas corrientes de nadie y expropiado la casa de verano del vecino para acoger a unos menas recién llegados. Tampoco.
La caricaturización de las ideas ajenas y de las realidades que generan en nuestro modo de vida son a veces tan burdas que parecen realmente sacadas de un chiste pero tienen una grave consecuencia. La del cuento de Pedro y el lobo: mientras no dejamos de clamar que llegan los rojos o los pardos, los de siempre –las élites, sean progres, liberales o las dos cosas– siguen ampliando sus privilegios, minando los valores de nuestra sociedad y dejándonos un futuro incierto para nuestras familias y para una vida decente en nuestros pueblos y barrios. Pero oigan… entretengámonos en temer la llegada de «los barbaros». Que los finos y elegantes ya hacen caja con ello…
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