lunes, 30 de septiembre de 2019

UNA HISTORIA QUE MERECE SER CONTADA



En estos días en que determinados colectivos y personas a título individual se posicionan públicamente a favor de la defensa del medio ambiente, de una forma genérica y a veces un tanto difusa, el Ayuntamiento de Sotillo quiere rescatar una historia acontecida en nuestro monte la noche del 13 al 14 de julio de 2019.
Y quiere hacerlo porque recoge mejor que ningún discurso lo que es luchar por el medio ambiente que te rodea, en el que vives, el que has recibido de tus abuelos y quieres dejar a tus nietos y por el que estás dispuesto a entregar algo más que un rato de caminata o una foto en las redes sociales. Y lo haces desde la modestia y el anonimato, no esperando nada a cambio.

Quizá también sirva para entender mejor cuál es la fuerza que mueve a los voluntarios a colaborar en la extinción de los fuegos, algo que resulta difícil de gestionar desde la frialdad de la legislación, aunque resulte conveniente canalizar de una forma eficaz y segura.
23:00 h de la noche del sábado 13 de julio de 2019. Falda sur del Berrueco. Tras toda una tarde de lucha contra el fuego y cuando aparentemente el frente del incendio declarado ese medio día se encontraba controlado en el flanco del término municipal de Sotillo, un cambio de las condiciones de viento provocó una reactivación muy intensa del fuego, que avanzaba por una ladera con pinos silvestres de repoblación directamente hacia El Borbollón.
Un grupo de voluntarios de nuestro pueblo, cuyas caras y nombres son conocidos, pero que no vamos a publicar, cansados después de toda la tarde en el monte y sin apenas tiempo de haberse quitado el color negro de la cara, avanzaba en vanguardia junto a personas de otros pueblos vecinos. Llegaron al frente del fuego en medio de la oscuridad y entre todo ese pinar envuelto en llamas sobresalía la figura esbelta y triste de un gigante ardiendo lentamente como si fuera un macabro candelabro.
-“Es el pino de El Berrueco, el más viejo de Sotillo”, gritó alguien en la oscuridad.
-“¡Qué pena!”, replicó otro. “Se salvó del gran incendio del Valle de Iruelas de los años 70 y hoy, por mala suerte y sólo a 5 metros de distancia del perímetro del fuego, va a caer”
-“¡Está ardiendo, pero no está quemado del todo!”, replicaron. “No tenemos mangueras, ni agua, sólo azadones y palas, pero yo me subo al tronco y vamos a intentar salvarlo con tierra y apagando las teas”. Allí se subió el más intrépido de todos y se puso manos a la obra.
Los que estaban allí saben el nombre de aquella persona y cómo acabaron su cara, sus manos, brazos y piernas después de largos minutos tratando de salvar aquel pino centenario que simbolizaba mucho más que unos metros cúbicos de madera.
Hoy, tres meses después, aquel pino de El Berrueco, con sus raíces a 1.540 metros de altitud y con 4,4 metros de circunferencia de tronco, se debate entre la vida y la muerte, con parte de sus ramas secas por haber sido quemadas y parte completamente verdes y con sus pequeñas piñas queriendo prolongar su vida.
Durante este tiempo, en pleno verano, un grupo de voluntarios ha estado subiendo a la sierra periódicamente a regar sus maltrechas raíces para intentar salvarlo de la sequía y de las plagas.
No sabemos qué pasará y cuanto resistirá vivo este pino señero de la naturaleza sotillana, pero esta historia, ahora que ha pasado, aunque no desaparecido, el mayor riesgo de incendio forestal en nuestros montes por este año, merece ser contada.
Nuestro honor y nuestro respeto a todos aquellos valientes anónimos que luchan por la naturaleza allí dónde pueden y con lo que pueden. Todos somos importantes.

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