Está el ambiente tenso en el mundo. Se multiplican las noticias sobre el incremento de los gastos militares en todas partes. En Europa se anuncian compras conjuntas de armamento que sirvan para llenar los arsenales vacíos después de muchos meses de suministro a Ucrania. Hay países que habían eliminado el servicio militar obligatorio y ahora se lo están replanteando, ante la perspectiva de necesitar mucha carne de cañón que echar a la picadora de la guerra imperialista.
Esta situación no es inédita. Ocurrió en las vísperas de las dos guerras mundiales. A diferencia de entonces, el movimiento obrero está debilitado ideológicamente y destrozado organizativamente. Además, quienes dicen representar al movimiento obrero mayoritariamente se alinean con las tesis militaristas de su propia burguesía o se dedican a cantar las bondades de una paz abstracta que, en el capitalismo, no es otra cosa que el interludio entre dos guerras.
La asamblea de majaras ha decidido que toca ir a una guerra generalizada. Entonces comienza a cobrar sentido que, en los últimos años, hayan crecido como setas las tesis que aspiran a casar al marxismo con posturas estatistas, militaristas, xenófobas o nacionalistas. La preparación psicológica de las masas para la guerra necesita aportes de todos lados, y si hay que tirar de aquel simpático caballero de Tréveris, pues qué carajo, vamos a ver si cuela.
En la víspera de la Primera Guerra Mundial, los principales dirigentes de la II Internacional traicionaron todas las posiciones que venían defendiendo en sus discursos y manifiestos. Pasaron en poco tiempo de defender la guerra a la guerra a votar a favor de los créditos de guerra que exigían los diferentes gobiernos burgueses. Del internacionalismo pasaron al nacionalismo más belicoso y se sumaron con entusiasmo a las campañas de deshumanización de los enemigos, que hasta hacía nada habían sido sus hermanos de clase. Luego vendrían los llantos y los madre mías, las camisas rasgadas y los golpes en el pecho, pero entretanto serían sacrificados diez millones de soldados y otros tantos civiles.
Hoy no estamos ahí todavía, pero vamos camino de ello. Y quienes juegan con la añoranza de los tercios de Flandes, quienes criminalizan al extranjero, quienes hacen listas de países amigos y enemigos o quienes lamentan a diario que en España sí se ponga el sol tendrán su buena parte de responsabilidad. La misma que quienes, pensando que la lucha de clases ha muerto, se contentan con calentar sillones en el Consejo de ministros o en la carrera de San Jerónimo, a cambio de no elevar mucho la voz cuando se trata de hablar de la OTAN o de convencernos de comprar unicornios como la autonomía estratégica de la Unión Europea o sirenas como la multipolaridad.
Pero, de entre todos ellos, los peores serán los que lo hagan disfrazados de marxistas. Los que utilizan ahora el marxismo para dar solemnidad y credibilidad a su bazofia política y a su diarrea ideológica. Los que hoy dicen ser de los nuestros y vienen con esos discursos serán los principales responsables de que nuestros hijos, nuestros hermanos o nosotros mismos muramos en el futuro por defender los intereses de los que ahora nos explotan.
ÁSTOR GARCÍA, es Secretario General del PCTE
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